CONTESTANDO A
MIGUEL CID CEBRIAN
Ignacio Mª Domínguez
Celebro que alguno de mis últimos
artículos, publicados en nuestro caro semanario sobre la Guerra de la
Independencia, haya producido en Miguel Cid, mi amigo y también mi alcalde
(1983-1991) esa profunda emoción que tan bien describe en su artículo que
aparece en La Voz de fecha 16 de noviembre pasado, trasladándome,
generosamente, en su propio titular el testimonio de su gratitud que estimo en
todo su valor.
Querido Miguel: hay en tu
artículo una frase muy interesante referida a nuestras antiguas actividades-no
siempre cumplidas por los políticos-, que, al menos por lo que mí personalmente concierne, tengo asumida y
conciencia de haberla observado a lo largo de toda mi ya larga vida. Así
escribes: “Creo que nuestras ideologías quedaron superadas por el amor a Ciudad
Rodrigo y por conseguir momentos significativos a la altura del prestigio de
nuestro pueblo”. Otra cosa, Miguel, es la valoración de nuestras acciones y el
mérito atribuible a su resultado. Yo poseo mi código de valoración de méritos
recibido y adoptado por una valiosa lección recibida allá por el año 1947 del
eminente canonista profesor en nuestra universidad de Comillas, el jesuita P.
Regatillo (quizá te suene dadas tus relaciones con el Derecho). El estado le
había concedido a través del Ministro de
Justicia Fernández Cuesta la Cruz de Honor de San Raimundo de Peñafort y
ese día se le imponía la condecoración. El esplendoroso paraninfo de la
universidad, abarrotado de autoridades civiles, eclesiásticas, claustro,
alumnos, etc., era testigo de la ceremonia. Hubo discursos ensalzando los
incontables méritos del “más ilustre de los canonistas contemporáneos” y
“consultor del Papa en la Santa Sede”.
Sobresalió entonces el discurso
del Nuncio apostólico que ostentaba la representación del Supremo jerarca de la
iglesia, dueño y señor efectivo, entonces, del seminario y universidad de
Comillas. Leyó un radiograma del Papa firmado por el entonces Secretario de
Estado Cardenal Montini que, por respeto, fue escuchado en pie por todos los
presentes; y llegó por fin la intervención del P. Regatillo. Da gracias a
todos: al Papa, al Estado español, etc. pero sobre todo “a Dios nuestro señor
de quien desciende todo bien”. La leyenda de la insignia dice “In iure merita”,
pero él dice a Dios con los soliloquios de San Agustín: “Qui enumerat Tibi
mertia sua, quid aliud enumerat nisi MUNERA tua? Es decir que renunciaba al
mérito que todos le atribuían para referirlo exclusivamente a un regalo (munus)
de Dios. Es una frase que denuncia en él la posesión de esas dos grandes
virtudes, la fe y la humildad tan infravaloradas hoy, lamentablemente, en gran
parte de nuestra sociedad. No te extrañará, querido Miguel que esta actitud
ejemplarizante nos haya “marcado” como programa para toda una vida.
Esta filosofía Agustiniana se
entronca justamente en la doctrina evangélica de aquella hermosa parábola de
los talentos (M.t. 25.30). Podríamos realizar una amplia exégesis de esta
parábola alegorizante, es decir figurativa y simbólica. Pero se alargaría en
exceso este escrito y ya sabes que a nuestro Director Pepe Casamar no le gustan
los artículos excesivamente largos… pero si te confesaré que este texto
evangélico me ha producido siempre una honda preocupación ante la duda de si
habré administrado bien los talentos que me hayan sido concedidos en el
reparto. Desde luego lo he intentado; por supuesto no los he enterrado… y en
esa lucha ando máxime ahora al atardecer de la vida en que me encuentro.
Y termino querido Miguel,
dedicándote con todo afecto un pequeño obsequio navideño que espero
disfrutarás. Estamos en tiempo de Adviento, es decir, esperando la
conmemoración del suceso más importante de la historia de la humanidad: la
Redención del género humano que se inicia con el Misterio gozoso de la
Natividad o nacimiento del Redentor. Toda la cristiandad ecuménica se felicita
y hermana, en estos días, con los mejores deseos de paz, felicidad y ventura
(¡que bonito!) que yo, también aprovechando la proximidad de la Pascua te los
transmito familiarmente, es decir de familia a familia, envueltos en un soneto
alusivo a la Navidad de nuestro común y admirado que fue, amigo y poeta Jesús
Rasueros. Una joya de filigrana poética y hondo contenido teológico que
recuerda e incluso emula a otros grandes poetas que trataron, con éxito, este
tema: Góngora, Lope de Vega, Gerardo Diego, etc
TAUMATURGIA
El Portal, es
palacio, en rubio trigo;
la pluma del
Arcángel, tornadera
y noche de
Diciembre, a sol de era,
con un cielo
de mundos, por postigo.
El incendio
de amor, habla de abrigo;
la fragancia
sutil, de primavera
y un sol ha
levantado, su palmera,
para, en
morse decir: “Venid conmigo”.
Nadie volvió
a escuchar, tan regio coro;
en timbre tan
viril, voces de armiño;
ni
instrumentos de luz, con notas de oro.
La estrella:
“Gloria a Dios, guiñó en su guiño”.
Y del primer Belén
–célico foto-
Dios se
hiciera, de barro, el primer Niño.
JESÚS R.
RASUEROS