EL
NOMBRE DE JESUS
(
El que nos salva)
Ignacio Mª Domínguez
Los acontecimientos
históricos que en breve e intensas jornadas se han sucedido en el Vaticano han
trascendido a toda la humanidad; el poderoso y variado mundo mediático ha
comparecido teñido de esa espiritualidad, lamentablemente tan escasa en
nuestros días, comprensiva de las tres virtudes teologales, fe, esperanza y
caridad de las que ya el nuevo papa Francisco ha dado pruebas ejemplarizantes.
Me ha impresionado una frase
del nuevo papa que dice así: “Si no confesamos a Jesús, nos convertiremos en
una ONG piadosa” es decir que el centro de nuestra vida es Jesús, que en hebreo
significa “el que nos salva” o sea el Salvador, título que adquiere a través de
su pasión, muerte y resurrección que hemos vuelto a vivir en la reciente Semana
Santa y que ha prolongado ese estado de espiritualidad que se inició con los
acontecimientos del Vaticano.
Hay un bello canto
gregoriano alusivo al nombre de Jesús. Como es sabido el canto gregoriano tiene
como soporte principal el latín. Con él y para él nació y su afinidad y
maridaje en la liturgia se debe a la identificación de la música con la letra.
El texto de esta pieza musical describe el origen del nombre de Jesús y en él
aparece ese carácter quilismático del gregoriano (más de dos tonos por sílaba).
Lo hemos escuchado recientemente en el Domingo de Ramos y como gradual del
oficio de Jueves Santo.
No puedo pasar sin su
publicación aunque traduciendo la letra que dice así: “Cristo se hizo obediente
hasta la muerte y muerte de cruz; por ello Dios le exaltó y le dio un nombre
que está sobre todo nombre” como se ve es el contenido total de la Semana
Santa, su obra de la Redención la que le
da el nombre de Jesús, en hebreo el Salvador.
A lo largo de la historia el
nombre de Jesús se prodiga en situaciones litúrgicas, sociales y domésticas.
Así cuando al recitar un texto litúrgico aparece el nombre de Jesús el preste
hace una inclinación de cabeza; cuando una persona estornuda se le contesta
¡Jesús!; cuando en colegios religiosos se pasaba la lista, la contestación era
¡viva Jesús!. También el nombre de Jesús era un saludo y en boca de un
moribundo garantizaba la salvación. Muchos santos y santas han añadido a su
nombre de pila el nombre de Jesús e incluso alguna institución religiosa como
la Compañía de Jesús.
Estéticamente también Jesús
ha sido objeto de creación de los artistas de todas las bellas artes: pintura,
escultura, música, literatura, teatro y cine. Todos se han ocupado de exaltar
su excelsa figura. Ahí tenemos la prodigiosa e imponente figura que, con los
brazos abiertos y desde la altura recibe a cuantas personas arriban al puerto
de Río de Janeiro. El Cristo del Otero elevado en la ilimitada llanura palentina;
la preciosa imagen que Juan de Avalos hizo para el Valle de los Caídos con el
hijo en brazos de la madre. La numerosa y valiosa imaginería que sale a
nuestras calles en la Semana Santa, etc.
En pintura destaca el
realismo de Velázquez, la originalidad de Dalí, la espiritualidad de el Greco,
la ingenuidad de Murillo, etc.
En literatura hemos escogido,
como muestra que transcribimos, un bello soneto donde la palabra se hace arte
en manos del genial Lope de Vega. Contiene una confesión de arrepentimiento al
no abrir la puerta a Jesús cuya amistad le brinda repetidamente el ángel…
Dice así:
¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés te sigue, Jesús mío,
que a mi
puerta, cubierto de rocío,
pasas las
noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto
fueron mis entrañas duras
pues no te
abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi
ingratitud el hielo frío
secó las llagas
de tus plantas puras!
Cuántas veces
el ángel me decía:
“¡Alma, asómate
agora a la ventana,
verás con
cuánto amor llamar porfía!”
¡Y cuántas,
hermosura soberana:
“Mañana le
abriremos”, respondía,
para lo mismo
responder mañana!
A la vista de estas
reflexiones y de las palabras que citamos al principio del papa Francisco,
¿Abriremos la puerta a Jesús el que nos salva?
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