SAN SEBASTIAN Y EL
SITIO DE CIUDAD RODRIGO
HALLAZGOS
IMPORTANTISIMOS
Por noticias que debo a la
amabilidad del muy ilustre señor Deán Don Santiago Sevillano, quien a su vez
las recibiera del ilustrado profesor del Instituto de Logroño, amante y
entusiasta admirador de Ciudad Rodrigo don Fernando Díaz, he podido averiguar el
paradero de objetos preciosísimos, arrinconados hasta el día, por olvidar
quizás que a la par que trofeo glorioso de nuestra guerra de la independencia,
son el mejor homenaje que el reconquistador
de la plaza Lord Wellington pudo tributar al valor, heroísmo y
religiosidad de la noble Miróbriga.
Antigua y verdaderamente
entusiasta es la devoción del pueblo de Ciudad Rodrigo a la inocente víctima de
Diocleciano y glorioso mártir San Sebastián; y aunque la antigüedad y la
tradición pudiera abonar a favor de la entusiasta veneración de los
mirobrigenses, además de la santidad del mártir y de los beneficios recibidos,
hay algo típico, especial, cosas y costumbres peculiarísimas que dan carácter y
distinguen esta fiesta de las demás del
año y que la antigüedad de la devoción no las explica.
El abrir la marcha de sus
procesiones, sendos y atronadores redoblantes, las terribles e incorregibles
batallas a pedrada limpia en fosos y murallas por motrilones antes amigos y
divididos en bandos enconados desde el punto y hora en que el Santo sale de la
Iglesia; los honores militares tributados hasta el día por la mucha o poca
guarnición de la plaza; el fajín de general que cuelga de la cintura de la
Santa Imagen, el casco, el bastón y la espada, que lleva a sus pies sobre las
andas: la cooperación del Cabildo Catedral, el de la Villa, el ilustre
Ayuntamiento y la Cofradía, para solemnizar sus novenas y festividades; y hasta
la buena costumbre de las damas mirobrigenses , de despojarse en ese día de los
ridículos atelarres de una moda extranjera, para lucir con orgullo el airoso y
clásico traje de la tierra, son cosas que sueltas o reunidas indican un
fundamento serio, y no vanos caprichos elevados a costumbre por fieles, de
piedad más o menos antojadiza.
Hace años me ha dicho un amigo,
cuando esta plaza fuerte estaba en su apogeo, el 11 y el 20 de enero salían los
regimientos de sus cuarteles y reunidos en la Plaza Mayor se les daba la orden
de la plaza, que mandaba tributar honores de
Capitán General al Santo Mártir, y a rendirlos acudía con sus músicas y
a banderas desplegadas la guarnición de todas armas franca de servicio; y el 11 de enero, añadía, cuando desde el
Arrabal de San Francisco lo subían, como hoy, a la Catedral para celebrar el
novenario, al entrar el Santo por la Puerta del Conde, formaba la guardia; las
cornetas y tambores batían marcha y adelantándose la autoridad militar colocaba
sobre las andas del Santo las llaves de la plaza, resignando en él el mando
mientras estaba intramuros; del mismo modo que cuando una persona real o un
Capitán General visita por primera vez
una murada fortaleza.
En los panegíricos del Santo
pronunciados en esta S.I. Catedral, aun siendo joven, no a uno, sino a varios
oradores, oí que San Sebastián gozaba honores de Capitán General, y uno de
estos oradores que vive y he consultado, me ha dicho más, que en el sermón que
él predicara y que me ha ofrecido porque lo conserva escrito, afirmaba
tomándolo de la tradición oral y aun de algún otro lugar, que el Santo tenía
esos honores por concesión de Lord Wellington en el día 20 de enero de 1812, o
sea el día después de la reconquista de la plaza por el ejército aliado,
premiando así en el Santo de los amores mirobrigenses, el heroísmo que no podía
premiar en los individuos por prohibición de su Gobierno.
Por el año 58 y 59, me ha dicho
otra persona que he consultado, llevaba el Santo ceñido a un cintura un fajín
verde, y en lugar del casco romano que hoy lleva sobre las andas, (regalo de
don Francisco Osorio) y del sable y
bastón (regalo del General de Artillería don Ramón Tovar, padre político
de la virtuosa señora doña Eulalia de la Paz), llevada un sombrero apuntado de
tercio pelo negro con galón y escarapela, un grueso bastón con larga contera de
metal y una espada antigua.
Y lo trascendental, lo
verdaderamente importante, es que eses sombrero apuntado, ese bastón de mando,
esa espada antigua y el fajín verde, que se convervan y he encontrado,
pertenecieron a Sir Arturo Wellesley,
generalísimo del ejército aliado y después Duque de Welington y Duque de Ciudad
Rodrigo.
El ilustradísimo profesor del
Instituto de Logroño don Fernando Diaz, en carta que dirigiera al muy ilustre
señor Deán, y que este señor tuvo la de delicadeza de enseñarme en medio de muy
sinceras laudables y patrióticas excitaciones, después de una profesión de amor ardiente al pueblo de Ciudad Rodrigo
donde, aun que no nació, pasó desde los cuatro, los primeros 28 años de su
vida, teniendo en Ciudad Rodrigo y en sus sitios vinculados sus más dulces
recuerdos y afecciones, asegura, por haberlo oído a personas que tomaron parte
en la lucha y fueron por consiguiente testigos presenciales, que el día
siguiente de la reconquista, 20 de enero de 1812, pasearon los supervivientes
por entre las ruinas de la población de la imagen del Santo por ser su
festividad y en reconocimiento y acción
de gracias por la recobrada independencia, y como Lord Wellington que
presenciaba la procesión, rodeado de su Estado Mayor viera acercarse la imagen
del Santo, se adelantó hacia ella, y entre las lágrimas y los vivas de lo
mirobrigenses, se desciñó la espada y el fajín y juntamente con su bastón y su
sombrero lo puso todo a los pies del Santo, concediéndole al mismo tiempo
honores de Capitán General y desde
entonces el sombrero, la espada, el fajín y el bastón de Lord Wellington
salieron siempre sobre las andas del Santo, hasta que por el año 60 fue
sustituido el sombrero, en atención quizás al mal estado en que se encontraba,
por un casco con visera de la edad media, que a su vez lo fue por el romano que ya habemos
mencionado, el fajín por otro de
entorchados y borlas de oro, y el bastón y la espada por los ya mencionados
también, y que si son producto de votos piadosos y siempre hermosísimos de mirobrigenses
ilustres, no tienen la honrosa significación de los primeros.
¿No podrían, añadía el señor Diaz, encontrarse
estos objetos?.
Contra lo que era de esperar,
pues la incuria en estas materias ha sido grandísima en Ciudad Rodrigo, los
objetos mencionados han aparecido todos, y los posee la ilustre Cofradía del
Santo.
Sepa pues esta piadosa
corporación, que esos objetos es menester sacarlos de donde están, a la luz, y
en un lugar decente, pues son de valor inestimable, no por la materia de que
están hechos sino por ser un trofeo glorioso de aquella grandiosa epopeya, y
porque en si encierran un acto de simpática piedad del general inglés, al Santo
más venerados por Ciudad Rodrigo, y un hermosísimo homenaje de admiración que
Wellington en nombre de Inglaterra, pues que su general y su representante era
rindió al valor el heroismo y la religiosidad de nuestro pueblo.
Resulta pues, y emplearemos,
aunque nonos fascine la literatura curialesca de los resultados, que
1º Los honores de Capitán General
recientemente concedidos por el Gobierno español a la Virgen del Pilar de
Zaragoza, los tiene la imagen de San Sebastián desde el 20 de enero de 1812,
concedidos por Wellington cuando humeaban aun los encendidos escombros de la
reconquista.
2º Que el sombrero, fafín, espada
y bastón que usó el Santo hasta el año 60, por testimonio de testigos
presenciales, son los que regalara Wellington en la citada fecha, y que han
parecido.
3º Que el batir marcha de los
tambores en las procesiones del Santo, así como las tradicionales batallas a
pedrada limpia de los pilletes mirobrigenses, son manifestaciones y guerreros
simulacros, muchas veces sangrientos, que recuerdan aquellos acontecimientos
gloriosos.
4º Que la cooperación del Cabildo
Catedral, el de la Villa el ilustre
Ayuntamiento, la Cofradía, y en suma, de todo Ciudad Rodrigo para festividades
del Santos, son el resultado de haber
vinculado en esta Santa Imagen las
glorias de los Sitios y en su fiesta la santa conmemoración de aquellas
grandiosa epopeya; y
5º Que el despojarse en ese día las damas mirobrigenses de los atelarres
de modas francesas para vestir el rico traje de la tierra, más que capricho de
vanidad femenina, es un tributo de honor y de admiración hacia aquellos charros
y aquellas charras heróicas que junto a los muros de Ciudad Rodrigo abatieron
las águilas orgullosas del coloso.(Artículo en prensa local, firmado por el historiador D.Jesus Pereira en el Primer Centenario)
Enhorabuena por tu blog de interesante contenido.
ResponderEliminarUn abrazo.
Alfonso