EL DEPORTE EN NUESTRO TIEMPO
Por Ignacio Mª Domínguez
“Tras los deportes ha venido
la exageración de los deportes
y contra ésta si hay mucho
que hablar. Es uno de los vicios,
de las enormidades contra la
norma de nuestro tiempo, es una
de sus falsificaciones” (
Ortega y Gasset)
Si desdoblamos este texto orteguiano descubriremos dos conceptos
antagónicos sobre un mismo tema: el deporte, que ha ido adquiriendo vital
importancia en la sociedad. Estos dos conceptos podrían expresarse así: 1.) El
deporte en sí considerado a favor del cual hay mucho que decir. 2.) Exageración de
los deportes contra la cual hay mucho que hablar.
Un profesor que me enseñó filosofía solía definir así el deporte: “ un
ejercicio físico libérrimo, metódico, racional, al aire libre, en lucha honrosa
tanto para acrecentar la fuerza, la destreza y la perfección físicas como para
vigorizar la voluntad y las virtudes sociales”.
Según esta definición descriptiva resulta ser el deporte un hecho humano
complejo con cuatro dimensiones: a.) el deporte es una función biológica; se
manifiesta como una actividad de lujo proveniente de la necesidad de liberar la
energía sobrante; de la necesidad de una distensión muscular que produce un
equilibrio nervioso y un reconfortamiento físico.
b.) el deporte ejerce también una función psicológica puesto que viene a
ser una manifestación autoafirmativa de la personalidad; signo de un afán de
dominio; alegre desviación de fuerzas e instintos perniciosos. Por otra
parte se dispone el espíritu y la
inteligencia para que puedan actuar con plenitud y eficacia.
c.) es además el deporte una función sociológica; Comunica entre sí a
los ciudadanos y a los pueblos,
desarrollando las virtudes sociales que se engendran con el intercambio. Y prescindiendo de esta
comunicación social de tipo general, yo he podido personalmente experimentar,
tras la práctica deportiva, una situación privilegiada de euforia que inclina a
la relación con su mejor virtud: la amabilidad.
d.)finalmente podemos reconocer en el deporte una función cultural. Y no
es que lo consideremos como un factor causal de cultura; pero es una fuerza ,
aunque indirecta que significa cultura. Píndaro el divo de los líricos nació en
los deportes olímpicos cantando a los atletas; uno de los cantos más perfectos
de la Iliada es la descripción de los juegos fúnebres por Patroclo.
Perfectamente conocidos todos es el Discóbolo de Mirón y su escultura y la de Policleto, son
evidentemente deportivas.
Al lado de una cultura de cumbre aparecen siempre en la historia las
manifestaciones deportivas más perfectas.
De una manera también indirecta ejerce el deporte su función cultural:
removiendo obstáculos (desequilibrios somáticos, perturbaciones psicológicas)
que se oponen a la actividad normal del espíritu. De ahí la conocida frase de Juvenal de los últimos
versos de la Sátira X :“ Orandum est ut sit mens sana in corpore sano”. En este
sentido tiene el deporte una alto valor educativo razón por la cual debe ser
fomentado entre los jóvenes que se encuentran en época de educación y cultivo.
En una alocución a deportistas Pio XII decía en 1945: “El deporte bien
dirigido desarrolla el carácter; hace valiente al hombre; generoso en la
victoria y condescendiente en la derrota; afina
los sentidos; da penetración intelectual y centra la resistencia de la
voluntad”.
Hasta aquí el deporte considerado como hecho humano, como autoejercicio
y efectos que produce en el protagonista.
Si atendemos al deporte como espectáculo, es decir extrínsecamente o
visto por de fuera le encontraremos sus razones estéticas. Aunque, como más
adelante veremos, cada día es menor, por desgracia, el número de espectadores
que estén aptamente predispuestos a la contemplación de las bellezas del
deporte. Pero aún así hemos de admitir lo bello de las formas humanas en los
movimientos atléticos; como es bella la precisión, la justeza que responden a
la intención instantáneamente preconcebida por el deportista en acción, y la
compenetración en los deportes de asociación, como el fútbol, etc.etc.
Toda esta bella misión del deporte pierde su encanto si observamos como
se adultera en nuestros días este saludable hecho humano.” Ne quid nimis” toda
exageración es repudiable, como diría el
Estagirita. El exceso que en nuestros días ha falsificado el deporte viene
determinado: 1.) Una concepción fragmentada y unilateral del deporte; se le viene concediendo un valor absoluto (el
deporte por el deporte) y no relativo cual le pertenece, como preparador de la
fecundidad de la vida en todos sus aspectos
2.) Por la mercantilización repugnante a que ha llegado. Ya no es el
deporte un ejercicio libérrimo y ha perdido sus notas esenciales de
espontaneidad y despreocupación. El deporte ha llegado a erigirse
inexorablemente, en carrera, en profesión que se ejerce en función de un
jornal, sueldo, negocio, que aún llamándose prima, fichaje, etc., no llegan a
ser vocablos ajenos a la crematística. Precisamente en estos días se ha
destapado la deuda intolerable contraída por los clubes de fútbol de primera y
segunda división que asciende globalmente a 5.200 millones de euros en los
cuales se incluyen 752 millones de la deuda con Hacienda y 250 con la Seguridad
Social. Muchas de estas sociedades están en suspensión de pagos y consecuente
concurso de acreedores. ¿Cuál será el fin de estos escándalos?
Spengler en “Años
decisivos” prueba que el desenfreno
deportivo es un indicio de la decadencia de Occidente. Tesis que estimamos muy
acertada y que él fundamenta en una exageración nociva a todas luces.
Es propio de la hora presente una exuberancia de los deportes. Cabe a
este propósito citar las siguientes palabras del profesor Jose María Alejandro:
“en nuestro tiempo el deporte es un tema específico, un fenómeno caracterizador;
nuestra fachada es esencialmente deportiva. El campo de fútbol, “el floor “ de basket, la cancha de tenis, el
ring , el hipódromo, la piscina, pista, remo, volante, las mismas carreteras
nacionales y las mejores en las que hay que dar paso a la caravana ciclista,
dando un matiz inconfundible a nuestra vida moderna cabría preguntarnos, cediendo un poco la idea
spengleriana de la cultura y la
civilización si una vez pasada la edad del “homo sapiens” (potencia espiritual, metafísica, artística)
hemos llegado ya a la edad del “homo ludens”, pero considerado casi como una
modalidad del “homo faber” , el tipo sagrado de hombre que ha plantado en
Occidente el marxismo”.
Puestos ya en el precipicio alarmante de este desenfreno, los
espectáculos deportivos ofrecen en el observador una impresión desoladora. Es
muy corriente, aún en personas normalmente sensatas y de algún relieve
social, ver una apasionamiento imbécil que, por unas horas, las degradan
inconscientemente. Esta misma pasión excesiva, produce una ceguera para la
apreciación de las razones estéticas de que más arriba ornábamos al
deporte-espectáculo. Y nada digamos de esa masa gregaria que trabaja además de
para vivir, para ir al fútbol.
Y hemos llegado a un fenómeno de masas muy peculiar del momento: la
asistencia puntual y reiterada de las multitudes (el rebaño) al espectáculo
deportivo. Ortega y Gasset tratando de explicar las causas de este hecho
indiscutible de la aglomeración discurre así: “ hay quien se sorprende de que
los juegos físicos encuentren un público tan numeroso y apasionado. Hacen mal
en sorprenderse. A parte el nuevo saludable culto al cuerpo informa a ese
público tan multitudinario y le mueven otras causas menos nuevas y saludables.
Todo público busca complacerse en el dramatismo de fuerzas y formas que
entiende. Ahora bien; es característico de la hora que corre la falta de
público para todo lo que consiste en dramatismo espiritual - - arte, letras,
ciencia, religión y política superior – y su aglomeración en estadios, canchas,
cines, etc. Es que no entiende la dinámica de las luchas espirituales y porque no
la entiende, no le interesa; necesita dramatismos más simples; el cuerpo es
sencillo y un partido de fútbol o el movimiento de un actor en Hollywood , cosa
sobremanera simple”
Esta masa de espectadores no resulta ahíta con la jornada deportiva que
presencia y valiéndose de la todopoderosa ley económica de la oferta y la
demanda, determina la prensa falsificada de donde va desapareciendo la
seriedad. Al llegar aquí nos volvemos a acordar de Spengler ¿no es un síntoma
de decadencia el que los medios
informativos dediquen a diario una
atención casi preferente a estas bagatelas? Y si este hecho se explica por
razones comerciales ¿no es temerario vender por tan poco la sagrada profesión
de enseñar y dirigir? Esta prensa va repartiendo pastos de inquietud por lo
simple que alimentan conversaciones intrascendentes y ahogan inquietudes
superiores con su acción mortificadora para las preocupaciones humano-sociales.
Resumiendo diremos que el deporte es un valor educativo y por ende
formativo para la vida; su fomento es laudable en tal sentido. Pero el
desenfreno del deporte puede llevar a cataclismo sociales de suma
trascendencia.